ILUSIONES ENMASCARADAS: El velo de la ciencia

09.08.2012 18:31

 

Las máscaras son ilusiones y las ilusiones se esfuman así como “todo lo sólido se desvanece en el aire”, según lo había admitido ya Marshall Berman.

En el ejercicio de descubrir lo que hay detrás de aquellas máscaras que esconden determinados intereses o de encontrar la esencia que estructura el desvanecimiento de lo sólido en el aire, quitamos el velo del sentido de la ciencia, mientras avanzamos en el camino por la búsqueda del conocimiento.

Al maximizar la ciencia, minimizamos nuestra humanidad y como diría Eduardo Galeano: “en este mundo sin alma que los medios de comunicación nos presentan como el único mundo posible, los pueblos han sido reemplazados por los mercados; los ciudadanos por los consumidores; las naciones por las empresas; las ciudades por las aglomeraciones. Jamás la economía mundial ha sido menos democrática, ni el mundo tan escandalosamente injusto” 

En el derribamiento de las máscaras de la ciencia, encontramos una Política científica que ha vendido la idea de que es la ciencia “la depositaria exclusiva y patentada de todos nuestros secretos, como si ella fuera un santuario sagrado o un tabernáculo de donde deberían brotar los torrentes del saber perdido”[1]

Tal vez por eso el poeta Dylan Thomas pidió una máscara para ocultarse de los espías y también suplicó que su boca se volviera flagrante y que sea una trompeta de mentiras soplada dulcemente, igualmente pidió las facciones de un tonto moldeado en vieja armadura y roble para escudar el cerebro brillante y confundir a los indagadores[2]

Y es que mientras vivimos en un mundo dominado por la máquina y por la idea de la máquina, la ciencia se vuelve la misma máquina cuyo motor, nos vuelve funcionalistas pero deja en un segundo  plano nuestro propio humanismo.

La democracia va cediendo el espacio a las tecnocracias y el saber pierde el sentido si no va de la mano del poder. “Para Pierre Lévy, el conocimiento humano deviene con el capitalismo informacional o cognitivo en el principal factor de producción y de riqueza, y los servicios informacionales que genera, en bienes que pueden cambiarse en el mercado al precio que este haya prefijado y cuyos costes implican gastos de publicidad y marketing, derechos de autor, patentes, etc”[3]

Y entonces el verbo excluir empieza a conjugarse. Y la ciencia deja a un lado las oportunidades de conocimiento universal, beneficiando a unos cuantos sectores de poder e imposibilitando una sociedad más libre y justo.

La apuesta debería ser por la democratización de la ciencia sin máscaras, alcanzar una utopía alcanzable.

 

 


[1] JAPIASSU, Hilton. As máscaras da ciencia. Pág.14

[2] Oh, hazme una máscara Oh hazme una máscara y un muro que me oculte de tus espías

de esos agudos ojos esmaltados y de las garras ostentosas

de la rebeldía y la violación en los viveros de mi rostro,

una mordaza de árbol, en silencio golpeado para cubrirme de los desnudos

[enemigos

Hazme una lengua de bayoneta en esta oración indefensa,

vuelve mi boca flagrante y que sea una trompeta de mentiras soplada dulcemente,

dame las facciones de un tonto moldeado en vieja armadura y roble

para escudar el cerebro brillante y confundir a los indagadores,

y un dolor viudo manchado de lágrimas caído de las pestañas

para velar la belladona y hacer que adviertan los ojos secos

que otros traicionan las quejumbrosas mentiras de sus pérdidas

con los pliegues de la boca desnuda y la risa solapada.

 

[3] Javier Gimeno Perelló. El conocimiento no es una mercancía. En: De volcanes llena: Biblioteca y compromiso social. Javier Gimeno Perelló y otros. Pág. 135